
No sirven de nada las procesiones si nuestros honorables congresistas no revisan las leyes y se preocupan por redactar documentos íntegros y equitativos, que protejan a las mujeres de la mano agresora y sancionen a quienes violenten la integridad física o moral de otro ser humano.
No sirven de nada las ofrendas florales y las fotos oficiales, si la policía y el poder judicial no se preocupan por cumplir a cabalidad su rol, deteniendo y condenando a quienes violan la ley.
No sirven de nada las pancartas y los homenajes, si los 364 días que le restan al año continúan las burlas, las vejaciones, la amenaza, la violencia del puño y la crueldad de la lengua.
Para que verdaderamente se produzca un cambio es necesario más que un día. Es necesario que esta concientización se practique cada segundo y que no cese ni siquiera con el cambio de estación. En países como el mío, en donde la misoginia y la muerte por violencia de género ocupan los primeros peldaños, urge algo más que un acto en donde la ministra de la Secretaría de Estado de la Mujer se hace la foto con la primera dama, quizás el presidente (si no está de viaje) y un par de feministas.
Si hoy salgo a la calle, de seguro veré algunos claveles en algún busto marmóreo femenino, y si me atrevo a ir a Ojo de Agua en Salcedo, veré atestada la casa de las brutalmente asesinadas hermanas Mirabal. Pero eso no me basta. Y no me basta porque las estadísticas dicen que cada día son más las mujeres que matan o mandan las hospital con el ojo amoratado y el corazón roto. No me basta porque no sólo ha sido a la hija de un embajador dominicano a quien han violado, sino a cientos de niñas, adolescentes y adultas, hijas de padres humildes y sin un alto cargo oficial, que han tenido que conformarse con la impunidad de los criminales. No me basta porque el padre Riquoy ya se fue, pero la niña que él sacó a empujones de su iglesia y a la que le produjo varias lesiones, sigue aquí.

No me basta porque soy mujer y no quiero sentirme amenazada ni discriminada, tampoco privilegiada por mi condición. Simplemente quiero sentir que la sociedad se preocupa por acabar con una situación de maltrato que hemos arrastrado desde...ufff, desde que a mi tataratataratataraabuela le salió el primer diente.
Es por eso que este día y todos los días de mi vida me pregunto: ¿porqué? , y al mismo tiempo no puedo dejar de preguntarme cómo puedo yo, desde mi tribuna, desde la humildad de mi espacio, provocar una reflexión y un cambio de comportamiento. Quizás por esto van estas palabras. También porque sobre este tema no hay disyuntiva. La única opción que tenemos es hablar.


A ellas y a las que restan, pues a todas las quiero muchísimo, aunque no estén entre estas imágenes. Todas, desde la a hasta la z, desde mi abuelita hasta Amy, son mujeres a las que quiero y se merecen el mayor de los tributos.
(En las fotografías: Mi sobrina Amy, mi hermana Dahiana, mis tías Fior y Griselda, mi madre Argentina -Ane-, y mis amigas Elizabeth, Judit y Grisbel. Ahhh, y yo)