
Pero con el tiempo uno aprende el valor de las pequeñas cosas, se da cuenta de que tanto viajar cansa, de que las ampollas en los pies duelen y de que no hay viaje más profundo y abrumador que aquel que se hace hacia el interior de uno mismo. Con el tiempo uno aprende que las ranas siempre serán ranas, que las princesas ya no existen, que las piedras son duras, que no hay forma de ablandarlas y que las olas siempre terminan muriendo adoloridas sobre alguna roca. Con el tiempo, uno también aprende que no siempre se encuentra lo que se anda buscando en lugares lejanos y que quizás esto se encuentra a la vuelta de la esquina, en el patio de la casa, en la sonrisa del vecino.
Por eso hoy no quiero estar lejos de la casa y el árbol, porque precisamente descubrí lo que es sentirse a salvo cerca del hogar y de las personas que se aman.