
Cuando escribo no tengo etiqueta ni poses, no sigo ninguna estética ni tema que no sean los que me impongan mi corazón y mi conciencia, no siento que soy una posesión, un objeto, una cosa para tomar o tirar, para amar u odiar. Cuando escribo no soy la hija de, la amante de, la amiga de, la empleada de. Cuando escribo no soy algo para tener en propiedad. Me pertenezco, soy yo misma, me libero de cualquier atadura, de cualquier molde que hayan creado para mí, y a través de cada poema y de cada relato, me invento y me reinvento, me doy forma, me macero, me voy encontrando conmigo misma.
Escribir es para mí un acto de necesidad, de rebeldía, mi respuesta al cosmos, mi manera de cuestionar las cosas, mi único mecanismo para sobrevivir, la forma de encontrarme en el laberinto, mi camino de losas amarillas, la solución a todos mis acertijos, mi raíz, mi metro cuadrado de tierra, mi barca, mi mar, mi horizonte, el único punto cardinal al que me dirijo.
Escribir para mí es una entrega cotidiana, una forma de estar, incluso una forma de ser, de asumir y de enfrentar el mundo. Es algo consustancial a mi existencia, una actividad apasionante, mi amor más enamorado. Es eso que ningún hombre, ningún grupo, ninguna traición, ningún hundimiento, ninguna dictadura me podrá quitar.